“La mayor muestra de amor, es realizar mi trabajo personal
para sanar el vínculo con mis padres y mis heridas de guerra”.
Bert Hellinger
Nuestros padres son las coordenadas a través de las cuales ingresamos a este planeta escuela que es la Tierra: hemos venido a aprender y expandir nuestra consciencia. La combinación de ellos es nuestra información genética, epigenética, ancestral y social. Este vínculo es tan profundamente relevante e irrevocable que jamás podremos modificarlo, incluso en aquellos escenarios donde las relaciones han sido dañinas.
Nuestros padres son también el modo que tenemos para ingresar a nuestra historia ancestral. Nos conectan con la energía de nuestro árbol genealógico y representan la creatividad y la fuerza de nuestra existencia. Cuando nos inclinamos a reconstruir su historia podemos acceder a memorias y adversidades significativas, así como a bendiciones, virtudes y fortalezas.
Nuestros padres son, sobre todo, portales de trascendencia: a través de nuestra relación con ellos y en nuestro afán de enmendar toda herida, tenemos la preciosa posibilidad de sanar nuestro árbol: traer del inconsciente al consciente aquello que se ha estado repitiendo, honrar sus experiencias, aceptarlas con amor y, al fin, tomar nuestra propia vida.
Honrar a los padres
El consejo que nos da la ancestrología es claro: ¡honra a tus padres! Los hijos no somos jueces ni verdugos. No nos corresponde ocupar ninguno de estos roles, ya que somos hijos y, como tales, lo que nos corresponde es honrar. Pero, ¿qué es esto?
Honrar a nuestros padres no tiene tanto que ver con el amor, como con la aceptación. Es reconocer que aquellos padres -esos que he criticado, o con quienes me he enojado, aquellos a quienes he juzgado, aquellos incluso que tal vez me han dañado- son perfectos para mí, porque mi alma necesitaba esa experiencia para abrirse a la evolución. Honrarlos no es tanto amarlos como aceptarlos tal y como son: con sus luces y sus sombras, incluso aquellas más oscuras y dolorosas. Honrarlos es aceptar que todo ha estado al servicio de mi propia evolución. Es aceptar que, ante ellos, yo siempre seré pequeña y, por tanto, me corresponde inclinarme antes ellos con humildad, reconocerlos como mayores y aceptarlos en cada acierto y en cada desacierto, con todas sus lecciones de vida; incluso si ellas han implicado una herida. Porque si soy sincera conmigo y trabajo en mí, más pronto que tarde podré decir: “todo me sirvió, te honro, mamá; te honro, mamá.”
Considerar a nuestros padres como portales de trascendencia implica reconocerlos como impulsores de nuestro crecimiento personal y de nuestra expansión espiritual: resignificamos nuestra historia con ellos para sanar. ¿Fácil? No tanto, no siempre. Como señalo, honrarlos requiere de mucho trabajo interno porque siempre hay heridas para sanar. Incluso si siento que mantengo una buena relación con ellos, siempre habrá un recuerdo, un episodio, algo que nos moleste o no nos guste. Detrás de cada uno de esos escenarios hay un juicio. Y allí donde hay juicio, no hay aceptación.
Quienes estamos comprometidos con el camino de la sanación ancestral sabemos que la ruta está compuesta de muchas capas: como una cebolla que se va desprendiendo de una y otra capa, así también puedo decir que hoy he trascendido una herida, pero sé que mañana puede surgir otra. Hoy estoy en calma y en aceptación, mañana puede despertarse una memoria de dolor. Este trabajo de reconocimiento y reconciliación con mis padres es tan importante que, como decía B. Hellinger, de esto dependerá poder tomar la propia vida y tener la fuerza para asumir nuestro lugar en el mundo.
Tus padres, tu fuerza
Energéticamente tus padres están detrás tuyo. Puedes ahora mismo cerrar tus ojos y visualizar a tu padre a tu lado derecho y a tu madre al izquierdo. Son más grandes que tú y podrías apoyarte en ellos: son tu fuerza y tu respaldo.
No importa si no los conociste, tampoco es relevante si ya han cruzado el velo o si sigues enojado con ellos: este lazo tan excepcional y único no lo rompe nada ni nadie. Su extraordinaria energía puede impulsarte, pero también retenerte y obstaculizar el flujo de la vida.
Ya no somos niños. Hemos crecido. Y ahora podemos elegir tomar su fuerza, honrándolos, es decir, abriendo nuestro corazón para verlos a través de su amorosa energía para aprehender esta verdad: todo ha sido perfecto, todo lo que has vivido ha sido un paso necesario para tu vida y desarrollo. O bien, puedes continuar habitando tu vida desde el juicio, el enojo o la soberbia de creer que tú lo habrías hecho mejor en su lugar.
Toma tu lugar
El lugar que te corresponde como hijo -ese en que eres pequeño en comparación con tus padres y en el que ellos están detrás de ti, dándote fuerza y respaldo- es el único lugar desde el cual puedes tomar tu vida y seguir tu propio camino. Cualquier otro lugar es un lugar que no le corresponde. Y como nos ensañan las constelaciones, hay órdenes en el amor, y el desorden trae dolor y desamor.
Desde ese lugar, entonces, comienza a reparar tu historia, recordando que abrazar a los padres es abrazar la propia vida. Te invito a que te liberes de todo juicio, de toda herida, de toda sensación de injusticia. Toma a tus padres tal como son: adultos con sus propias historias, con sus propias memorias de dolor, con sus virtudes y defectos, que acertaron y se equivocaron.
Puede ser que esto te resulte aún muy difícil. A veces nuestras heridas tienen raíces muy profundas y robustas. Por eso, quiero regalarte estos ejercicios con los que puedes empezar un camino. Te propongo que te comprometas con una cuarentena, es decir, un trabajo de cuarenta días. Trabájalo en una libreta y anda registrando lo que ocurre durante estos días: atiende a sueños, señales, llamadas, palabras, recuerdos. No desestimes nada: los ancestros tienen muchos modos de entrar en contacto con nosotros:
1. Escribe una carta a tu papá y otra a tu mamá. Escribirás como título “la última queja” y lo harás con grandes letras. Tómate tu tiempo al hacerlo y hazte consciente de que realmente será tu última queja. Escribe todo lo que tengas en tu corazón. Suéltalo todo, confía que la carta es privada y proponte escribirla para liberar tu mente de todos aquellos juicios rumiantes que puedes estar reteniendo -y que te retienen. De allí su título y su importancia.
a. Algunas ideas para que plasmes en tu última queja:
i. Todo lo que necesitabas y no obtuviste
ii. Todo lo que querías decirles y no te atrevías
iii. Todo lo que deseabas cambiar y no podías
iv. Todo lo que no soportabas
v. Todos los temas pendientes
b. Se trata de escribir una carta para cada uno de ellos en las que te des permiso para abrir la compuerta de frustraciones y cosas reprimidas de tu interior. Hazlo con entrega. Con sinceridad, sin engañarte, sin miedo. No te calles nada. No importa si aparecen cosas feas, o insultos, o rabia o tristeza…
2. Deja la carta en un sobre. Puedes pintar o buscar un recorte de algún corazón. Déjalo en un lugar iluminado, que le llegue sol diario (o luz de día). Puedes también ponerle unos palitos de canela. Déjala ahí por 40 días. Puedes mirarla unos segundos cada día para recordar que tu última queja se está llenando de amor y de luz solar.
3. Escucha esta meditación al menos una vez cada 10 días. Más seguido si así lo deseas.
4. Recuerda que puedes asistir a una sesión de ancestrología, de constelaciones o de cualquier terapia que resuene contigo para revisar estos temas: toma tu vida e impúlsate con la fuerza de tus padres.
Si tú sanas, sanamos todos.
Te deseo mucha paz en el proceso,
María Paz
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